miércoles, 14 de abril de 2010

El último refugio” se suma a los 50 años de El Doce



El 18 de abril de 1960 marcó el comienzo de un nuevo hito en la historia de Córdoba, por primera vez en los hogares cordobeses se encendieron las primeras pantallas televisivas, dando lugar a que la retina de cada habitante se llenara de asombro y se iluminara con imágenes de su ciudad.
De esa fecha han pasado 50 años y por tal motivo El Doce volverá a sorprender e iluminar la retina de cada cordobés, encendiendo el cielo a través de cuatro shows de fuegos artificiales, que serán disparados simultáneamente y distribuidos de forma tal que cubrirán los cuatro puntos cardinales de la ciudad. A su vez estos irán acompañados de música especialmente seleccionada para la ocasión, generando así, la combinación de luces y sonido, una atmósfera cálida y emotiva que hará que ningún habitante de la ciudad pueda abstraerse del momento
El lanzamiento será a las 22:30 horas a través de la cuenta regresiva que realizará el periodista, Gustavo Tobi y que será transmitida en dúplex por El Doce y Radio Mitre en el programa “El último refugio.”
Habrá cuatro puntos en la ciudad de Córdoba que iluminaran el cielo con fuegos de colores: Plaza España – Bº Nueva Córdoba, Parque Autóctono Monumento Gral. Paz (Balcón a la ciudad),Predio Museo de la Industria – Bº Gral. Paz y Plaza Jerónimo del Barco – Bº Alberdi.
Este show de fuegos artificiales y sonido será utilizado como apertura del primer programa especial, de una serie de cinco, denominado “Con Vos Toda La Vida.”

domingo, 11 de abril de 2010

Fragmento del capítulo Nº 1 del libro "Nivel Medio"

«Nivel Medio», es el título de la novela del escritor cordobés, Sergio Gaiteri, finalista de los premios Clarín 2008 y Emecé 2009, editada por la editorial cordobesa Raíz de Dos. Y recientemente presentada recientemente en el Cabildo Histórico.Otros de los títulos que lleva publicados el autor son: «Los días del padre» (mención Fondo Nacional de las Artes 2005) y «Certificado de convivencia» (primer premio Fondo Nacional de las Artes 2006).
Gaiteri, nació en Córdoba en 1970 y es profesor de Letras Modernas.




Fragmento

En aquella época tenía la arrogancia de pensar, y muchas veces hasta de decirlo, que yo no era un profesor sino un escritor que daba clases de Literatura. Era joven. No recuerdo a quién ni a cuántas personas se lo habré dicho. No importa. Lo único que me interesaba era escuchármelo decir a mí mismo.
Ingresé al Instituto de Educación a principio de mayo. Había olvidado que un tiempo atrás, a los pocos días de recibirme y mandar a hacer el diploma a Buenos Aires, dejé mis datos en ese colegio. Como en tantos otros, no por nada en especial.
La directora en persona hizo un llamado telefónico, no a la casa donde vivíamos en ese momento, sino al departamento que habíamos abandonado un año y medio atrás con Cecilia. Nos fuimos debiendo algunos arreglos. Pero a pesar de la mala relación con el agente inmobiliario, este hombre o quien la haya atendido tuvo la amabilidad de comunicar el mensaje.
Me presenté un lunes por la mañana. Justo en el momento del recreo. Esperé apoyado en la pared del pasillo que sonara el timbre para volver a las aulas. La directora me vio y me hizo pasar a su oficina. Me senté en frente suyo. Me llamó la atención observar en un vértice de su escritorio dos libros de poesía, uno de Lugones y otro de Vocos Lascano. Digo esto porque en dos ocasiones explicó, con algo de vergüenza, que ella era profesora de Geografía y que no entendía nada de Letras. Dijo que buscaban un reemplazante para una profesora de muchos años en la institución que, desgraciadamente, estaba bajo carpeta psiquiátrica. Lo decía como un fatalismo y una advertencia, como si el destino de la profesora licenciada fuera el único admisible para alguien que se dedica a la materia Literatura. Supongo que mi cara mal dormida y la camisa arrugada le certificaban su certeza. Agregó que yo les ofrecía el perfil laboral exacto, que buscaban un hombre y, sobre todo, joven. Revisó la nueva carpeta con el currículum que le acababa de alcanzar. Por más que se afanara en buscar en la sección de antecedentes laborales ninguno tenía relación con la docencia. Se lo dije yo mismo. Dijo que no me hiciera problema. De cualquier modo, por más que diera el perfil, me aclaró que esa misma tarde tenía que pasar por una entrevista con el Gabinete psicopedagógico.
Conocía el tema. No era la primera entrevista de trabajo que enfrentaba.
Me esperaban dos mujeres en una habitación al final del pasillo. Un espacio pequeño, cerrado, sin ventanas. Ellas debían estar acostumbradas. A mí me faltaba el aire. La transpiración me mojaba el cuello de la camisa. Una, la más joven - después supe que se llamaba Daniela y era la psicóloga - proponía palabras sueltas y esperaba que yo devolviera una asociación instantánea. A las dos o tres series de palabras me di cuenta de que querían asegurarse que no era ni un pedófilo ni un depresivo irrecuperable. Les seguí el juego. Pero no son tontas. Supongo que percibían la exageración. De pronto me encontré amando a los niños y a los jóvenes, amando la vida, convencido de que la educación era la única forma de progreso de la sociedad moderna y que la literatura hacía más humanos a los hombres. Necesitaba el sueldo. Tenía un chico de un año y seis meses, y lo que más deseaba era irme de la casa de mi suegra y de mis tres cuñadas. Pero más que nada necesitaba un trabajo, un lugar en donde sentir que era alguien importante. Al menos por unas horas. Y no sé todo lo demás, pero lo último sí era verdad: en la época de la que estoy hablando la literatura para mí era algo así como lo que les insinué con grandilocuencia a las entrevistadoras.