martes, 20 de enero de 2009
Los olores
Los olores que percibimos nos acompañan para siempre. Tienen un refugio en el alma, en la memoria, en las imágenes detenidas que perduran inmóviles al paso de los años. Los olores trascienden el tiempo y quedan pegados a los hechos de la vida. Nos recuerdan lugares, personas, momentos. Para regresar luego a través de las circunstancias que los deja al descubierto. Hay olores que rememoran las lágrimas de las cebollas volcadas en las manos de una madre, de la salsa para los tallarines que hacía la abuela los domingos para toda la familia. A la masa amasada a mano por mamá para los centenares de ñoquis que nos deleitaba darle la forma con el tenedor. Hay olor a leche recién hervida en la olla de hierro, que al volcarse un poquito, las brasas la quemaban. Olor a pizza casera con harina, sal y soda de sifón. Olor a pan horneado: el salado con grasa y chicharrón. Y el pan dulce con vainilla y pasas de uvas. Todos éramos dueños de algunas de sus figuras: de las palomas, los pescados o de las estrellas. Hay olor a dulce de leche, la ordeñada, que nos hacía nuestra madre. Y recuerdos de las peleas por ser el primero en quedarnos con la olla, para raspar lo que quedaba de él. A los bifes hecho por la nona en la cocina a leña. Olor a mate cocido del desayuno. Olor a arroz con leche con una pizca de canela. Olor a sandia que comíamos en la infancia durante las siestas. A tierra húmeda después de la lluvia. A pescado en los puertos. Al perfume Crandall de los colectivos de Buenos Aires. Y hay tantos otros olores… que siempre nos hacen retroceder a un tiempo pasado.
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