lunes, 26 de enero de 2009

Los sueños


Los sueños nos permiten seguir adelante en nuestra vida, empezar y continuar disfrutando de ella. Hay sueños redondos, cuadrados, intensos, aplacados, verticales y horizontales. De acuerdo a la estructura de nuestra vida y su carácter. Hay sueños que fueron soñados desde siempre. Sueños de corto y largo plazo. Sueños que se cumplen y los que nunca llegan a plasmarse. Sueños de enamorados. Esos hasta pueden ser platónicos, románticos, apasionados. También hay sueños frustrados, los que producen un gusto amargo al solo recordarlos. Sueños de pupilas abiertas o cerradas. Los que hacen pensar ¿estaba despierto o dormía? Hay sueños diarios y nocturnos. Dependen de la intensidad de lo vivido. También están los que a través de una hendija se puede ver su luz tenue esperando apagarse. Hay sueños que instan a la aventura, a la exploración de lugares desconocidos, son los que nos hacen fuertes y valientes. Hay sueños modestos y glamorosos. Hay sueños que los sentimos con los pies o con la cabeza. Sueños que nos mantiene de patas para arriba o los que nos hacen pisar bien fuerte la tierra. Los que nos permiten volar o los que nos aplanan. Todos los sueños que soñamos nos permiten imaginar, armar nuestro rompecabezas de la vida. Encontrar la pieza que calce justo con la que viene. Ellos nos mantienen vivos.

Los sonidos de la noche

Toco el teclado. Mis manos húmedas se hunden en él. Se pegan como adhesivo a la madera. Y tengo que hacer un esfuerzo por despegarlas. Ya las tengo rojas. Me duelen. Eso que recién empiezo. Estoy sentada en el sillón de cuero, color negro. Mi espalda desnuda se incrusta a él, como los cuerpos de los amantes que en una noche de gozo no quieren separarse. Son más de las cero horas pero el calor es insoportable aquí adentro. Al lado Alejandro duerme pasivamente con las ventanas abiertas y su cuerpo estirado como si estuviera estaqueado: desplegado en toda la cama, no se mueve. Ya entraron los mosquitos, porque de vez en cuando se escuchan cachetadas. No vienen a mí porque tengo las luces prendidas y pienso que eso los espanta. Y además porque cerré la ventana. Pero lo que si me agrada es que puedo ver a través de los vidrios como luce la noche. Está estrellada, ni una nube, ni un aguacero cercano, solo la luz de las estrellas y de la luna lo inundan todo. Se ve con claridad que es una noche serena. Por eso decido abrir la ventana y contemplarla. Inmediatamente una bocanada de aire fresco recorre mi cara, cierro los ojos y me dejo arrastrar por los misterios que ella trae. El rocío cayendo al pasto y a las plantas, las hojas de los árboles moviéndose al ritmo de los pájaros dormidos. Las siluetas de las casas vecinas se transforman en distintas figuras. Hay altas, bajas, entrelazadas, dispersas. Los árboles espesos se transforman en bosques. En cuyo interior se sienten distintos sonidos: el ulular de una patrulla, los insectos que vuelan y saltan, repiqueteando en las ventanas, los autos que braman en la avenida Rafael Nuñez, las chicharras que cantan a la soledad de la noche. Un gato camina de un poste a otro, mientras con su cola danzante toca una rama y otra, persiguiendo una presa. Quizás acosa a un ratón que osó salir a merodear las bolsas de basura que hay en los patios en busca de alguna cáscara de queso u otro desperdicio domestico. Acaso ande en busca de una gatita que silenciosa lo espera en algún techo. O solo decidió, como yo, hacer lo que mas le gusta: disfrutar la noche. De a ratos se escuchan silbidos que vienen desde el frente y también pasos ligeros. Puede ser alguien solitario que regresa a su casa. Pero presiento que es más de uno, seguro que es un grupo de adolescentes. Quienes recorren las calles en busca de diversión, con sus patinetas al hombro. O solo charlando y riéndose entre ellos. Se juntan en las esquinas o en alguna casa vecina para pasar el verano de la manera más intensa. Tratan de que nada se les escape, todo plan viene bien hasta el regreso de las clases. Ahora escucho el tic tic de un insecto pegando en el piso al lado de mis pies. No sé si es un cascarudo, una cucaracha pequeña, o un grillo. Solo viene a interrumpir mis pensamientos. Igual que él niño que acaba de despertar en la casa de al lado, su llanto es pausado, de a ratos estalla. Su madre lo contiene. Shh shh se escucha. Seguro está parada, con él en los brazos, sosteniéndolo con cariño. Sus manos dormidas deben acariciar su carita enrojecida por el esfuerzo de la queja. Entonces ella se levantará la remera que lleva y desvestirá sus pezones para que el niño se aferre a él y los succione calmando el hambre. Así un sonido nocturno desaparece. Y otro aparece. Esta vez son las notas de un piano, que retumba en las paredes, no logro discernir desde donde surgen. Solo puedo notar que es una suave melodía, tal vez algo de Richard Clayderman. Seguramente una pareja tiene una velada romántica, o es un principiante que ensaya sus obras. O posiblemente un artista decidido a engalanar la noche de magia y llenarla de música. Eso no importa, solo que ahora llegan a mis oídos y se confunde con otros sonidos de la noche. Puedo sentirlo, es un solo eco. Lo inhalo para mis adentros y lo meto a mis pensamientos. Hasta que una frisa madrugadora levanta mis parpados y me hace abrir los ojos. Y veo al lucero acercándose amenazante. Entonces decido cerrar la ventana hasta la próxima noche. En la que nuevamente decida percibir sus sonidos.

martes, 20 de enero de 2009

Los olores


Los olores que percibimos nos acompañan para siempre. Tienen un refugio en el alma, en la memoria, en las imágenes detenidas que perduran inmóviles al paso de los años. Los olores trascienden el tiempo y quedan pegados a los hechos de la vida. Nos recuerdan lugares, personas, momentos. Para regresar luego a través de las circunstancias que los deja al descubierto. Hay olores que rememoran las lágrimas de las cebollas volcadas en las manos de una madre, de la salsa para los tallarines que hacía la abuela los domingos para toda la familia. A la masa amasada a mano por mamá para los centenares de ñoquis que nos deleitaba darle la forma con el tenedor. Hay olor a leche recién hervida en la olla de hierro, que al volcarse un poquito, las brasas la quemaban. Olor a pizza casera con harina, sal y soda de sifón. Olor a pan horneado: el salado con grasa y chicharrón. Y el pan dulce con vainilla y pasas de uvas. Todos éramos dueños de algunas de sus figuras: de las palomas, los pescados o de las estrellas. Hay olor a dulce de leche, la ordeñada, que nos hacía nuestra madre. Y recuerdos de las peleas por ser el primero en quedarnos con la olla, para raspar lo que quedaba de él. A los bifes hecho por la nona en la cocina a leña. Olor a mate cocido del desayuno. Olor a arroz con leche con una pizca de canela. Olor a sandia que comíamos en la infancia durante las siestas. A tierra húmeda después de la lluvia. A pescado en los puertos. Al perfume Crandall de los colectivos de Buenos Aires. Y hay tantos otros olores… que siempre nos hacen retroceder a un tiempo pasado.

viernes, 16 de enero de 2009

La trama de la vida

La historia arma los eslabones del tiempo. Que unidos van tejiendo las tramas de la vida. Esa red infinita, que conserva en su seno los avatares perdurables del mundo. Cada hombre, cada día, escribe una pequeña parte de la suya. Para dejar su huella desde el lugar en que se encuentre. Ya sea desde una ignota selva, los temidos desiertos, los gigantes mares, desde las ciudades más pobladas o aquellas que pasan desapercibidas. De un polo a otro polo. En silencio o a viva voz. En soledad o en completa compañía, siempre está armando su recorrido incansable por los hilos de la existencia. Es su propio constructor. Es ahí donde es el completo dueño de si mismo, de sus sueños, sus ideas, su lucha o flaquez. Y entonces contribuye al milagro de la memoria perdurable que traspasa los espacios, las geografías, las épocas, los hombres. Donde quedan grabados nuestros pasos, nuestros gestos, nuestras palabras, nuestros hechos. Como una semilla, que después de ser germinada contará otra historia parecida a la nuestra. Así, continuará tejiéndose la trama de la vida.

martes, 13 de enero de 2009

La Trochita


El Viejo Expreso Patagónico es la muestra, aún viviente, del esfuerzo de la gente en una tierra tan hermosa como agreste, prometedora pero sacrificada, en tiempos en que el progreso era la fuente de todas las utopías. “La Trochita”, su historia y la de su gente es sin dudas fascinante y está escrita en cada pueblo, en cada vagón, en cada estación… representa el verdadero “Espíritu del Sur”.
“La Trochita” es parte de la gran historia de la Patagonia Argentina. Debido a ella nacieron numerosos y esforzados pueblos, los mismos que sufrieron con su decadencia. A pesar de que el paso del tiempo la dejó fuera de la competencia con los nuevos y más veloces medios de transporte, este ferrocarril es hoy uno de los más valiosos patrimonios históricos, culturales y tecnológicos.
Para conocer su historia hablamos con Sr. Américo Austin, coordinador de La Trochita.


Óleo de Gisela Woschnagg de Yagüe

lunes, 12 de enero de 2009

El Dúo Cadencia en vivo en la radio

Este duo integrado por Susana Cagnolo en voz y Jorge Gaiteri en guitarra y voz, aborda el género musical Trova, siendo sus referentes Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Jorge Fandermole y Silvina Garré, entre otros. Su repertorio incluye clásicos del género y composiciones propias.

En el año 2007 comenzaron actuando como teloneros de Juan Carlos Baglietto. Luego participaron en el 9º Aniversario del Ciclo “A guitarra limpia” junto a trovadores del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau en Cuba; en el 2008 actuaron en el Primer Encuentro de Trovautores organizado por el Centro Cultural El Recodo del Sol, de Unquillo, junto a figuras como Raúl Carnota, Jorge Marziali.
También del Ciclo “los lunes de la Voz”, organizado por el diario La Voz del Interior y en el Segundo Encuentro Internacional de Rosario en los festejos de los 8o años del nacimiento del Che Guevara, entre otras participaciones.
En noviembre de 2008 grabaron su primer CD, con canciones propias, que se llama “Como el agua del río”.

¿Quien fue José Marmol?

Nació el 2 de diciembre de 1818 en Buenos Aires. Fue escritor y poeta. Vivió durante el período en el que el país se encontraba en medio de la guerra civil entre unitarios y federales. Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, estuvo un tiempo en prisión. Después emigró a Montevideo y utilizó sus versos para atacar el gobierno porteño.
En 1851 publicó Armonías, que contiene poemas políticos y personales. Entre sus publicaciones figuran también la novela costumbrista Amalia y Los cantos del peregrino. Murió en Buenos Aires en 1871.
Una de sus frases lo recuerda:
“Y fue sobre la llama de esas velas que carbonicé algunos palitos de yerba mate para escribir con ellos sobre las paredes de mi calabozo, los primeros versos contra Rosas y los primeros juramentos de mi alma de diecinueve años, de hacer contra el tirano y por la libertad de mi patria, todo cuanto he hecho y sigo haciendo, en el largo período de mi destierro.”

Concurso sobre cuentos de fútbol



Con el fin de promover la literatura deportiva, la Editorial Deportiva AL ARCO junto al Ministerio de Educación de la Nación lanzaron la convocatoria al Primer Concurso Nacional de Cuentos de Fútbol "Roberto Jorge Santoro".
Este concurso, está dirigido a escritores nacionales mayores de 18 años y narradores extranjeros que hayan cumplido los cinco años de residencia en la Argentina y deseen presentar una obra desconocida que tenga como tema disparador la temática del fútbol. Los 10 cuentos ganadores serán parte de un libro que se editará el próximo año.
Los textos se recibirán hasta el 31 de marzo de 2009 y serán remitidos por correo a la avenida Díaz Vélez 3393, 3° Piso K, de la Ciudad de Buenos Aires (CP 1200).
El jurado del concurso está integrado por el escritor Juan Sasturain y los periodistas Ezequiel Fernández Moores, Ariel Scher y Walter Saavedra.
El concurso lleva el nombre del escritor y periodista deportivo (Roberto Jorge Santero) que creó del libro Literatura de la pelota y es uno de los desaparecidos durante la última dictadura militar en el país.
Literatura de la pelota publicada en 1971, fue la primera compilación de textos de fútbol hechos en Argentina, que combinó palabras de los escritores como Juan Gelman o Jorge Luis Borges con los cantos de las hinchadas.
Bases del concurso e información a www.librosalarco.com.ar

Aretha Franklin, la mejor cantante de la historia, según la revista Rolling Stone

La "reina del soul", Aretha Franklin, ha sido elegida como la mejor cantante de todos los tiempos por la revista Rolling Stone, que en el último número de su edición española ha publicado una lista con los cien intérpretes más destacados de la historia del rock. La "reina del soul" ocupa el primer puesto, seguida por Ray Charles y Elvis Presley.
Los vocalistas negros acaparan los primeros diez puestos de esta lista, ya que junto a Aretha Franklin –nacida en Memphis el 25 de marzo de 1942–figuran Ray Charles, en el segundo puesto; Sam Cooke, en el cuarto; Marvin Gaye, en el sexto; Otis Redding, en el octavo; Stevie Wonder, en el noveno; y James Brown, en el décimo.
El primer intérprete blanco incluido entre los cien mejores cantantes de la historia es Elvis Presley, en el tercer lugar, mientras que John Lennon aparece en el quinto y Bob Dylan, en el séptimo.
Según ha explicado Rolling Stone, esta clasificación se ha realizado con los votos de "todos los protagonistas de la industria musical", incluidos los propios cantantes, mediante un formulario que debían rellenar con los nombres de veinte intérpretes.

El hombre de la Esquina Rosada


Ayer Borges y Piazzolla. Hoy Daniel Binelli, Jairo y Lito Cruz

Hace exactamente treinta y cuatro años que se conoció la grabación, en el sello Polydor, de la suite "El hombre de la esquina rosada" y cinco temas más que, sobre textos de Borges, compuso Piazzolla. La recitó Luís Medina Castro y los cantó Edmundo Rivero junto al grupo excepcional formado por Astor.
Hace dos años el sello discográfico Milan Sur editó un disco con el mismo material, esta vez con la voz de Jairo, el grupo presidido por el bandoneonísta Daniel Binelli y el actor Lito Cruz. Ellos lo presentaron en vivo en el Centro Cultural San Martín de Buenos Aires, solamente las obras cantadas de Borges y Piazzolla.

Grandes canciones desde otro siglo

Murga, tango, rock y baladas se mezclan con la mejor poesía urbana en un regreso que debe ser para quedarse.

Escuchando “Yo vengo de otro siglo” se comprende dónde quedó aquello que Alejandro del Prado decidió guardar durante más de veinte años. Esa mezcla de tango, balada, murga y rock, condimentada con la mejor poesía urbana (ya fuera en las letras de Jorge Boccanera, autor de los textos de su disco Dejo constancia, o desde su propia pluma), fue y es única. Estaba allí, con él, guardada, esperando dos décadas para salir de nuevo a sorprender, a tomarle el pulso a tanto roquero que cree haber inventado la pólvora cuando eso, a él, se le había ocurrido hace un rato largo.
Por aquellos tiempos, tanto Dejo constancia (1982) como Los locos de Buenos Aires (1984) –dos discos que después vieron entrelazados algunos de sus temas en un compilado y dejaron su estela en una mítica grabación realizada en Santa Fe en 1985– eran la contraseña de quienes no querían renunciar a los sonidos nuevos pero se sentían identificados con una porteñidad sin culpas ni lamentos que al tango tradicional le faltaba. Canciones como “Carta”, “Si te contara”, “Aquella murguita de Villa Real” o “La Marcha de la Pelota” sonaban irremediablemente a Buenos Aires, transpiraban infancia, corrían a la par de los recuerdos de tantos.
La aparición de este nuevo disco, que recoge composiciones que Del Prado fue acumulando a lo largo de más de dos décadas, es recuperar a un artista, ciertamente, pero también es como volver a mirarse la cara en el espejo: ya desde el primer tema, “Con 2X Y 1 tango”, Del Prado planta bandera con un tema que no es un tango solamente porque no está en 2x4, a la manera de “Los locos de Buenos Aires”, ese hit que se colaba entre Abuelos y Soda. Al mismo riñón podría decirse que pertenecen “Yo conozco un Buenos Aires”, que pasa con pasmosa facilidad de milongón a balada; “Para que los gorriones vuelvan” (conmovedoramente autorreferencial, con Bach sobrevolando la melodía sin esfuerzo), y la genial “Con este porcentaje de humedad”.
Las últimas tres composiciones, “Las virtudes del petardo”, “Pagadiós” y “Zitarroseando” (homenaje, por si quedaran dudas, al enorme Alfredo Zitarrosa, de quien Del Prado fue uno de los guitarristas acompañantes), son lo que este singular artista ofrece para dejar abierta una puerta que ya no debería volver a cerrar. Termina el álbum con una versión preciosa de “Si te contara”, grabada en vivo en 1986 y cantada a dúo con Susana del Prado, su esposa, fallecida el año pasado. No está mal bajar el telón con una gran canción venida, como ellos, de otro siglo.

Fuente: www.criticadigital.com.ar

“Un país para César Ferri”

Resumen de la segunda novela de Jorge Cuadrado:

César Ferri ya no se reconoce en el espejo. Acaba de golpear a su mujer y profanar la habitación de su hijo pero no tiene tiempo de arrepentirse. El gobernador lo espera en el aeropuerto para viajar a una reunión clave en la capital. Un semáforo lo detiene en la madrugada y dos extraños que se acercan cambiarán el curso de su día.La voluntad es pura ilusión, la conciencia el resultado de impulsos eléctricos y reacciones químicas y Dios un programador de criaturas biológicas. Frente a tales desafíos, César Ferri se ve obligado a explorar las cavidades humanas y averiguar quién gobierna en secreto la vida de los hombres.

Capítulo uno
"Tuve que dormir en la cama de mi hijo"

Habíamos discutido con el desinterés de siempre hasta que Isabel dijo que una puta era menos servil que ella. Me sorprendió, porque no suele usar esos modos, pero aun así esperé una continuación razonable: mi pedido de calma, su última advertencia, un té de hierbas. Te equivocaste, Ferri, lo que hizo fue descargar una andanada de reproches y refregarte todo lo que había resignado por estar con vos.
Entre otras revelaciones, dijo que le hubiese gustado ser actriz. Un buen marido habría pedido perdón por veinte años de indiferencia y aceptado sin objeciones una condena, pero yo ni siquiera había tenido un sueño y no por eso iba a echárselo en cara. Así que cuando le escuché decir que la irritaban mis certezas, solté una carcajada. No hubo tiempo de decirle que no me reía de ella. Empezó a gritar. A repetir que cada día me parecía más a mi padre. No debería haberlo hecho.
Empecé a ver manchas. El aire era oscuro, los muebles me caían encima y la propia Isabel se había convertido en una imagen deforme. Tuve que defenderme a trompadas. Dos, quizás tres. Después la vi en suelo, resbalando, y no alcancé a ayudarla: se incorporó como pudo, corrió por la escalera y se encerró en el dormitorio.
De repente estaba solo frente al ventanal del living, con la botella de Jack Daniels en la mano y la ciudad que se desparramaba más allá de la barranca. Ni el invierno ni la noche tenían respuestas. Busqué en el garaje la colcha que usamos para que no se llene de polvo la mesa de ping pong, la sacudí, apagué las luces y me acosté en el sofá. Es increíble lo angosto que puede ser un sofá después de una pelea. Me acomodé de un costado, del otro, acerqué la mesa ratona para no caerme, me levanté, busqué sin éxito pastillas en la heladera. Isabel no dejaba de llorar. Era un llanto contenido, es lógico, también ella tiene su orgullo, pero lo escuchaba tan claro que pensé que era su forma de llamarme. Entonces subí despacio, guiándome por los gemidos, entusiasmado con la idea de cambiar las cosas. Cuando alcancé el rellano y no los escuché, supuse que se había puesto en guardia y me mantuve unos minutos a la expectativa. Un tipo decidido la habría enfrentado lo mismo, en cambio vos, Ferrito, presumiste que para ser valiente bastaba con no retroceder y te escondiste en la pieza de tu hijo.
Abrí la cama pero no resultó fácil: la culpa destila un olor que se impregna en las sábanas. Tampoco las opciones intermedias como taparme con el cobertor o dormir en la alfombra me hubiesen enaltecido. Así que me senté a esperar una solución y tuve suerte: Isabel volvió a llorar. Esta vez era un ahogo intermitente, una o dos bocanadas de aire seguidas de un suspiro. Creí que me estaba dando otra oportunidad y para no volver a fracasar gateé hasta la puerta del dormitorio y pegué la espalda contra la pared, como un espía de comedia. Conté hasta cien. Imaginé que me ofrecía compartir la almohada y se acurrucaba conmigo. Pero lo cierto es que no tuve el valor de entrar y ni siquiera me cayó una lágrima de remordimiento. Volví caminando a la pieza de Valentín y me acosté sin ceremonias.
Ahora estoy más tranquilo. Dormí poco pero no soñé nada desagradable. Es curioso, siempre pensé que pegarle a una mujer me haría sentir indigno de ser hombre y aunque me cueste admitirlo siento que los golpes me quitaron una carga. Lo de la cama de mi hijo es diferente.
Amontono las sábanas usadas y las tiro al suelo para llevarlas al lavarropa. No quiero que Valentín aparezca por sorpresa y las huela en el canasto. Es repugnante oler a padre. Saco de la cómoda un juego perfumado, lo tiendo sobre el colchón y dejo la cama mejor de lo que estaba, tanto que hasta Isabel va a dudar de que pasé por acá. Después recojo mi ropa y camino hacia el baño sin hacer ruido. No quiero despertarla todavía.

La ducha de esta hora es uno de mis pocos momentos de placer. César Ferri sobre la pila bautismal, regado con agua bendita. La regulo para que salga bien caliente y me quedo quieto dos o tres minutos, pensando en nada. Me pongo el champú y la crema de enjuague de Isabel; le uso la esponja, el jabón, paso otro rato enjuagándome y me seco con su toalla. Es la primera vez que lo hago, como si de pronto tuviera la necesidad de frotarme contra esa humedad y no terminar nunca. Pero termino y hay tanto vapor que a tientas encuentro el inodoro. Hasta no hace mucho me avergonzaba orinar sentado. Ya no. Ahora no me importa si la luz está apagada o me olvidé de bajar la tapa; además puedo pensar en el futuro o remediar un descuido. Las sábanas de Valentín, por ejemplo, no puedo olvidarme de recogerlas antes de salir.
El vapor se disipa y encuentro lo de siempre: pelos en la bañera, agua hasta debajo de la puerta. Limpio y seco con parsimonia. En realidad me demoro porque tengo miedo de mirar al espejo y encontrar alguien que no soy yo. Me pasó una vez. Volvíamos de una semana en las sierras y me había crecido la barba. Cuando entré al baño vi una figura más parecida a mi padre que a mí. El primer impulso fue llenarme la cara de espuma, pero no me pude afeitar. Hace unos buenos años de eso. Desde entonces tengo cierta aprensión a los espejos. Normalmente llego con la cabeza gacha, cierro los ojos y me acerco hasta casi rozarlos con la nariz. Recién desde esa distancia me atrevo a mirar. A la barba nunca me acostumbré. Ha sido un buen disfraz pero nunca dejé de extrañar al antiguo Ferri. Así que es hoy o nunca, y la tijera está afilada. Junto un manojo de pelos grises sobre la barbilla y corto lo más al ras que puedo.
El que asoma no me desagrada. Suena vanidoso decir que no estoy mal para mi edad pero de alguna manera tengo que darme aliento. Voy y vengo con la maquinita, a pelo y contrapelo, y hasta imagino que soy uno de esos modelos publicitarios lampiños que le escaparon al acné. Me doy unas palmadas en las mejillas, me pongo la bata y salgo hacia la habitación.
Isabel duerme. Le cuesta respirar y ronca un poco. Mi plan es desnudarme y entrar en la cama como un amante furtivo. No tocarla, decirle al oído que me perdone y esperar que ella, dormida o despierta, me pida que la abrace.
Pero vibra el celular en mi mesa de luz, y aunque me sobran razones para no atender, atiendo. Te necesito ahora en el aeropuerto, Ferrito, viajamos a la capital, dice el gobernador. Le digo que no tengo la carpeta lista pero él insiste: se adelantaron los tiempos. Me gustaría decirle que hay algo más importante que esa reunión, más que cualquier candidatura, pero le digo bueno, ya voy. Al principio me sorprendían sus llamadas a cualquier hora y aunque ya pintara para vocero, como decía él, no podía disimular mi desagrado. Después supe que le divertía verme de malhumor y aprendí a impostar un tono amable que a la larga se convirtió en un sello distintivo.
Me pongo el traje, la corbata celeste y recojo el sobretodo. Quizás sea mejor que Isabel esté sola un rato, que también ella encuentre una justificación para lo que hice. La otra opción sería quedarme en la cama y que al gobernador lo acompañe el Papa a la capital. Podría ser, Ferri, por qué no, con un poco de carácter, quién te dice.
Salgo. Sería una irresponsabilidad faltar a mi trabajo en un momento clave. Además, por qué no puedo hacer las dos cosas, viajar a la capital y ayudar al gobernador con mi carpeta, volver a la hora de la cena y pedirle perdón a Isabel. Eso voy a hacer. Las dos cosas. La miro desde la puerta de la habitación pero no encuentro cómo despedirme. Bajo la escalera y paso por el escritorio a recoger la notebook y la carpeta. No tengo tiempo de tomar café y menos de leer los diarios por Internet, aunque supongo que al gobernador no se le va a ocurrir tomarme lección o culparme por algún titular. Llego agitado al garaje, guardo la notebook debajo del asiento, la carpeta en la guantera y le doy arranque al Alfa. Brama como si fuéramos a la guerra.